La matanza de armenios

Revista Iberia Núm 34, 27 de novembre de 1915.

Ginés de Bracamonte

La cuestión de Armenia está en vías de resolverse como deseaba resolverla el Sultán Abdul-i-lamid, es decír, haciendo matar a los armenios. Como ha dicho Lord Cromer, el actual Gobierno turco ha seguido el ejemplo de sus antecesores, considerando como parte integrante del sistema político del imperio la gobernación por medio de matanzas. Las cifras publicadas en la prensa diaria, que al principio parecían increíbles por su magnitud, han sido oficialmente confirmadas en la Cámara inglesa de los Lores, y todas las noticias recibidas con posterioridad al debate no parecen indicar que aquellas cifras se aparten mucho de las verdaderas. En Trebizonda, más de 10.000 cristianos perecieron asesinados en una sola tarde. El número total de victimas desde el mes de Mayo, fecha en que comenzó la desenfrenada bacanal de lujuria y sangre, pasa ya de 800.000.
La información recibida y publicada por el Gobierno británico demuestra que la espantosa carnicería no ha sido obra expontanea, pasional, del populacho turco, sino la ejecución de órdenes premeditadas y perentorias, emanadas del Gobierno constantino politano. Los gobernadores recibieron instrucciones concretas en el mes de Mayo. Algunos de ellos, personas justicieras y piadosas, negáronse a cumplir el cruel mandato, y trataron en vano de proteger, bajo el palio de su autoridad, a los malhadados armenios de su jurisdicción. Pero los funcionarios que se mostraron reacios en cumplir las órdenes de Constantinopla pronto fueron substituidos por otros menos escrupulosos, y los crímenes se perpetraron unánimemente en todos los distritos poblados por armenios.
Se ha dicho, y un reciente artículo del notorio Conde de Reventlow ciertamente no autoriza a nadie a desmentir el aserto, que si los alemanes no han inspirado la idea, por lo menos han estimulado y hasta organizado la decisión del Sultan. Sea ello verdad o simple rumor sin más fundamento que los precedentes establecidos por los súbditos del Kaiser en las ciudades belgas y francesas, lo cierto es que el embajador tudesco, dada su omnipotente influencia cerca de la Sublime Puerta, pudo, al menos, haber detenido e’ curso de las atrocidades. Su impasibilidad, o mutismo, nos da derecho a pensar que el representante de Su Majestad Imperial en Constantinopla cree, como su compatriota Reventlow, que «si las autoridades turcas toman enérgicas medidas contra los desleales, vengativos y turbulentos armenios, no solo ejercitan un, derecho, sino que cumplen un deber, y que Turquía puede estar plenamente convencida de que el imperio alemán siempre será de opinión de que la cuestión de Armenia es un asunto que atañe exclusivamente al Sultán.»
La humanidad no podrá absolver a Alemania de su gran responsabilidad moral en la perpetración de las cruentas escenas de Armenia, mientras su plenipotenciario no demuestre que hizo cuanto estaba en su poder para evitar su realización, si conocía los designos del Sultán, o para detener la horrenda carnicería tan pronto como los acontecimientos llegaron a sus noticias. Hasta ahora, el único asomo de redención para el buen nombre alemán, nos lo ofrecen las dos enfermeras de esa nacionalidad al servicio del ejercito otomano, que al iniciarse la matanza dimitieron sus cargos, presentándose horrorizadas en Constantinopla, donde protestaron ante los embajadores extranjeros, de la bestial conducta de las autoridades turcas.
Los relatos de la matanza que han aparecido en la prensa de Inglaterra y Norte América presentan episodios que desmesuradamente rebasan, en intensidad de horror, a los que debieron presenciar algunos puertos españoles durante la expulsión de los judíos en 1492. Dos terceras partes de las alumnas del Colegio Americano de Larpoot han sido asesinadas o recluidas en harenes. Casi todos los profesores han perecido a manos de los esbirros del Sultán o se han vuelto locos a consecuencia de diabólicas torturas. El Profesor Boojicanian, de Edimburgo, fué asesinado después que sus verdugos le habían arrancado las uñas y el cuero facial y cabelludo. El Profesor Teckegian sufrió tormentos semejantes; estuvo colgado por los brazos durante 24 horas, y, tras ser cruelmente vapuleado, expiró en el camino de Diarbekir. Los profesores Vosperian y Nahigian, procedentes de los colegios norte-americanos de Princeton y Ann Harbor, corrieron idéntica suerte que sus colegas.
«La matanza de armenios — dijo Lord Bryce en el debate de la Cámara de los Lores – Ilevóse a cabo de una manera sistemática. Se obligaba a las poblaciones enteras a que evacuaran las ciudades. Se recluía en prisiones a algunos ciudadanos, por razones especiales, y se forzaba al resto de los hombres, mujeres y niños a salir de la ciudad. Cuando la triste caravana ya había recorrido alguna distancia, la soldadesca se encargaba de asesinar a los varones a tiros y bayonetazos. Los ancianos, mujeres y niños, bajo la custodia de soldados de la más baja ralea, eran enviados a su lejano destino, que en la mayo ría de los casos eran las regiones más insalubres del imperio. Los infelices eran maltratados por la rufianesca tropa de dia y de noche; muchos de ellos cayeron exangües en la jornada y fueron muchos los que sucumbieron de hambre y sed. El Gobierno no se preocupó en lo más mínimo de su alimentación, y las furiosas turbas robaron a sus víctimas cuanto poseían. En multitud de casos, las mujeres fueron despojadas de sus vestiduras, y tuvieron que marchar desnudas con sus pequeñuelos en los brazos; enloquecidas por la fatiga, la vergüenza y los nulos tratos; muchas madres arrojaron a sus criaturas a las cunetas del camino. Días después, la ruta de la trágica caravana aparecía sembrada de cadaveres, habiendo sido muy escasos los desventurados que han tenido bastantes energías para llegar con vida a la región de su destino».
El Manchester Guardian, diario generalmente bien informado en las cuestiones de Armenia, hizo un relato en que se probaba ampliamente que ni aun la tradicional y relativa merced otomana de perdonar la vida a los cristianos que se acogen a la religión del Islam, ha sido practicada en esta ocasión. Evidentemente, los turcos se han propuesto esta vez acabar para siempre con la raza armenia. He aquí un extracto del informe publicado en el citado diario inglés:
«Al principio se ordenó el desarme de los habitantes de todos los pueblos y ciudades. En esta tarea se emplearon individuos de la gendarmería y hasta foragidos especialmente libertados para el caso, que, bajo pretexto de las órdenes recibidas, robaban y cometían atropellos y crímenes sin cuento. En seguida, y so excusa del hallazgo de armas, libros o cartas en que se mencionaban los partidos políticos, procedióse a confinar en las prisiones a cuantas personas poseían alguna riqueza o ejercían alguna influencia social. Por último se inauguraron las deportaciones y las matanzas en masa. En la inmensa mayoría de las ciudades, ni un solo armenio escapó con vida. Tanto los altos funcionarios como los campesinos turcos más humildes, eligieron las mujeres o las doncellas más de su agrado y las encerraron en sus harenes u hogares, convirtiéndolas por la fuerza al mahometismo. En cuanto a los niños, se apoderaron de los que quisieron, y los demás fueron arrojados a los caminos, donde perecieron a millares, de inanición. En resumen, desde Sausum a Seghert y Diarbekir, no es posible encontrar en estos momentos a un solo armenio con vida.»
La historia de la humanidad no registra en sus anales, encharcados de sangre, una hecatombe semejante. ¡Mas de 800.000 personas sacrificadas por orden de un Gobierno, aliado de la nación que pretende imponer a Europa las excelencias de su cultura! ¡Toda una raza de cristianos extirpada o a punto de ser extirpada de la haz de la tierra, como medida gubernamental que ni siquiera puede ofrecer el pretexto de una peligrosa rebelión por parte de las víctimas! La única esperanza de salvación para los míseros armenios que aún alientan — escasamente una cuarta parte de la raza— depende de la actitud que ante tamañas atrocidades adopten las naciones cristianas no complicadas en la conflagración europea. El viejo continente, anegado en odios y violencias, poco puede hacer hoy a favor de los armenios. La tizona de su antiguo prestigio moral está hogaño desportillada y manando sangre
Mr. Morgenthau, Embajador de la República norte- americana en Constantinopla, ha cablegrafiado a su Gobierno en demanda de L 20,000 para inaugurar la piadosa obra de socorrer a los supervivientes. «Imploro —ha dicho— a todas las personas caritativas que me presten su máximo apoyo con suma urgencia.» La ocasión es excelente para que tanto España como la pujante pléya de de naciones brotada del tronco íbero se apresuren a cooperar con los Estados Unidos en la imposición de un pronto coto a la barbarie del Sultán, aportando así eficazmente el beneficio de su piedad y de su cultura, en esta bochornosa crisis de cuantos principios integran la digna humanidad.