La megalomanía alemana

Revista Iberia Núm 3, 24 d’abril de 1915.

Del libro de André Meril «La paix est malade», aparecido el año pasado, copiamos la página siguiente en la que se pone de relieve el verdadero espíritu germánico brutalmente dominador:
«Un cuaderno popular La Gran Alemania y la Europa central, contiene un mapa que engloba varias porciones de Francia. El ario último, en un atlas de Gotha, el Franco-Condado se designa con el nombre de Hochburgund, y la Borgoña con el nombre de Burgund, y a fin de que las intenciones del autor del atlas aparezcan netamente, se dice en el prefacio que los nombres se conservan en la lengua del país que representa el mapa: en alemán para Alemania, en francés para Francia. No hay, pues, error posible: la Hochburgund y la Burgund, forman parte, a los ojos del autor, del imperio alemán.
El Doctor Rocamel — un sabio doctrinario — se atreve a escribir frases como esta: «Permanezcamos en Europa; la decadencia francesa nos necesita para llenar espacios vacíos.» Y ésta: «Del mismo modo que Prusia ha sido el núcleo de Alemania, Alemania regenerada será el núcleo del futuro imperio de Occidente. Y para que no lo ignore nadie, proclamamos desde ahora que nuestra acción continental tiene derecho al mar, no solamente al mar del Norte, si no también al Mediterráneo y al Atlántico.»
Guillermo II, en Marzo de 1905, antes de embarcarse para Marruecos, se complació en exaltar el pensamiento pangermanista y habló de «una universal dominación de los Hohenzollern». En otra ocasión exclamó: «Alemania debe figurar a la cabeza del mundo».
El general Von der Goltz, anunciando la guerra futura que espera Alemania entera, dice que será «seria y violenta, como lo es toda lucha decisiva entre pueblos de los cuales uno quiere hacer reconocer su supremacia sobre los otros». Ninguna frase es más gráfica que esa.
En su laconismo expone maravillosamente la idea pangermanista. Bajo la pluma de un hombre de la autoridad y del valor de Von der Goltz, toma una especial significación. En Francia, en Inglaterra, en Rusia, deberá ser meditada para comprender la terrible amenaza que encierra. Sorprende más cuando se asiste al gigantesco esfuerzo militar realizado actualmente por Alemania. No dudemos: este esfuerzo consciente tiene un solo fin: hacer reconocer definitivamente la supremacía alemana sobre los otros pueblos.
Así llegamos a esta terrible conclusión, que los designios de Alemania enunciados por un hombre del valor de Von der Goltz se confunden con los de los pangermanistas. Son, estos, clarísimos. Helos aquí: Aplastamiento y sujeción de Francia, dominación del mar después de la derrota de las flotas británica, y ruina comercial e industrial de Inglaterra; sujeción de Bélgica, Holanda y de los Estados escandinavos, asegurando con la posesión de los dos puertos de Amberes y Rotterdam la supremacía mundial al imperio germánico. Por último, el establecimiento del poder alemán en Oriente, después del aplastamiento de Rusia. La suerte que a esta última potencia reservan los pangerrnanistas, es la siguiente: según las Neueste Nacluichten de Munich o de Leipzig, es preciso echar de Europa a los rusos y empujarlos hacia Siberia. En Europa los alemanes ocuparían su lugar. Los periódicos tratan a los rusos de bandidos, prevaricadores, asesinos, etc. Las grandes potencias deberían aplicar la liquidación moral sobre estas abominaciones y rechazar la masa del pueblo ruso hacia Siberia, que en el fondo es su país, para colonizar a Rusia con una nueva población. Se diría al fin que el Volga y el Ural son las fronteras de Europa.»
He aquí, pues, por qué medios los pangermanistas pretenden llegar a cabo su obra de dominación universal. Permanecen fieles y respetuosos discípulos de Bismarck, quien seis días antes de su nombramiento para la presidencia del gobierno prusiano, decía que las grandes cuestiones de nuestro tiempo se resolverían «por el fuego y por la sangre.»